sábado, 18 de septiembre de 2010

Ni puta idea de surrealismo

Dalí no tiene ni puta idea de surrealismo. Ni Dalí ni Ernst ni Magritte, ni ninguno de esos don nadie que la vida encumbró no se sabe muy bien por qué. El único que tiene idea en esta vida de qué es el surrealismo soy yo. Sí, así como lo oís. Y si después de lo que os voy a contar ahora seguís pensando que exagero, aceptaré mi rendición incondicional ante los susodichos pseudo-surrealistas.

17 de septiembre de 2010, Madrid, avenida Manoteras, tres de la tarde: me despido de los que han sido mis compañeros de trabajo durante cuatro intensas semanas, me despido de mi primer mes de trabajo, me despido, en fin, de Madrid y de todas las cosas que en ella están implícitas, ya sea cultura o atascos, pero eso no nos ocupa hoy y será tema para otra entrada. Decía, pues, que salía camino del hotel para recoger mis exiguas pertenencias: un portátil personal, un portátil de trabajo y dos maletas personales a más no poder. Ah sí, un traje que ya no me entraba en la maleta y una percha que ya no me entraba en ninguna de las maletas. Sí, qué pasa; la gente le tiene cariño a cualquier cosa, así que no entiendo porque yo no puedo cogerle cariño a mi percha preferida y llevarla de aquí para allá. En resumen, subo a mi hotel, cojo mi equipaje gitanil y en la puerta me espera un taxi, modelo Mercedes, clase E, blanco por fuera con una raya roja horizontal alrededor de todo el coche. Vamos, lo normal en Madrid. Buenas tardes, buenas tardes, no tengo ni que decir adónde voy porque cuando lo encargué ya comenté que mi destino era Atocha. Bueno, Atocha y mi particular parque temático de aventuras.

Qué borde que es el conductor, pienso de manera exageradamente precipitada. Y como oyendo mis pensamientos, se pone a hablar: “no entiende lo de los coches en la capital”. Algo cuanto menos surrealista cuando el que te lo dice es un taxista, pero espera, que va y añade: “los tendrían que prohibir”. Cuando dijo eso, lo tuve que ver venir, tenía que haber visto que el viaje en taxi iba a ser inolvidable. Yo le comento que efectivamente lo de Madrid con los coches es el no va más, que no es normal que haya tantos y que en ninguna ocasión, -doy fe de ello- hay a bordo más de dos ocupantes. Y, de repente, dice que esto es una dictadura. Y me lo veo venir, claro. Y sí, acierto. “Mucho peor dictadura que la de Franco”. Eso dice mi padre, le contesto, pero tanto tanto…, le digo. “Qué sí, hombre, que sí, que esto no hay quien lo aguante”
El hombre empezó afirmando esto tímidamente pero yo le di coba y claro, acabó diciendo que él se declaraba de derechas aún y cuando votó en su día a González. Pero que Zapatero había hecho mucho daño a este país, algo a lo que indefectiblemente le tuve que dar la razón.
Grosso modo, porque si no esto va camino de ser eterno. Se declaró aznarista, sostuvo tajantemente que Cataluña se escindiría en máximo cinco años, que casi está peor que Andalucía o Extremadura y eso que Marbella le gusta muchísimo pero es que claro les das paro y no trabajan que para eso son andaluces; y mira que hay riqueza allende Despeñaperros pero que pasa lo que en Cuba que les dan veinte euros, un litro de aceite y que para qué van a querer trabajar. Y la culpa de todo la tiene el PSOE, por mantener a Zapatero (y los padres que las visten como putas, estoy a punto de decir, pero me contengo), y apostilla, medio en broma medio en serio, que le tenían que haber pegado un tiro. Lo extraño, termina, es que no se lo hayan pegado ya.
Yo para ese momento lo estoy flipando. En colores, en blanco y negro y en sepia.

Para entonces, estamos llegando a la estación, paramos y me saca muy amablemente mis cuatro bultos, mi traje y a Perchita. Firmo el papel a modo de recibo (con mi número de empleado porque es la empresa quien lo paga) y me despido con un hasta luego. Un hasta luego premonitorio. Me toco el bolsillo de atrás del pantalón vaquero y ahí esta la cartera, me toco el bolsillo de la pernera derecha y se confirma que soy como un imán para los viajes intensos e interesantes. El móvil no está, se me ha debido de caer mientras hablaba acerca de que Gallardón y Trinidad Jiménez son primos carnales (Palabra de taxista).
Y confirmo cuán grotesca puede llegar a ser la vida cuando salgo corriendo detrás del taxi en pos de mi móvil dejando atrás portátiles, maletas y a mi madre si hubiera estado conmigo. Todo excepto el traje y claro está, Perchita. Y por más que lo persigo no lo alcanzo, mira que hay atascos pero en ese momento la carretera estaba más descongestionada que la nariz de un cocainómano. Y pienso, buah, llamo a la empresa de taxis, digo mi nombre, la empresa y lista. Genial plan cuando tú móvil está donde tiene que estar y no en el asiento de un conductor cómico franquista. A todo esto, son las cuatro y media y mi tren sale a las cinco. Atocha a petar y ni rastro de cabinas en toda la estación. Es estonces cuando maldices a Nokia, a Finlandia, a Samsung y a ZP por quitar las cabinas (esto no lo dijo el taxista pero porque le faltó tiempo). Hasta que por fin, veo una hilera de cabinas, todas ocupadas menos una; me lanzo hacia ella como un poseso, atropellando por el camino a quien osa cruzarse por mi paso. Saco mi cartera y busco dinero suelto siendo lo más pequeño monedas de un euro. Lo que sea por recuperar el móvil y coger el tren. Marco el número y dice que no hay crédito, intento que me lo devuelva pero no hay tu tía. Otro euro, qué coño, que para eso trabajo. Misma historia. Me cago en la madre del topo y lo raro es que no me cargue la cabina porque para entonces son menos veinte y estoy frenético. Voy hacia otra cabina libre en ese momento y esta sí me acepta el dinero: llamo y le cuento a trancas y barrancas qué es lo que me ha pasado. No sabe el número de taxi, me pregunta, no, le contesto, si lo supiera ya se lo habría dicho pedazo de lerda, sé el modelo y cómo era el conductor: talla media, con ligera barriga, ex votante del PSOE y aznarista, lo mejor que le ha pasado a este país llamado España (sic). Coño. Con eñe muy larga. Un momento, por favor. Musiquita de fondo, que si normalmente te pone de los nervios pues hoy de los tendones. Minuto y medio después vuelve diciéndome que lo ha localizado y que está en la calle Orense, esto es, a principios de Castellana, vamos, donde Cristo dio las tres voces. Le pregunto si le daría tiempo a llegar antes de las cinco y en lugar de contestarme lo evidente, es decir, que no, para mi pesar, me dice, un momento por favor. A veces pienso, que en realidad no son teleoperadoras sino máquinas con voz agradable y cerebro no palpable. Rato después cuando ya he tenido que meter otra moneda de un euro, me dice que no, y me pregunta si tengo algún número de contacto donde ponerme en contacto (valga la redundancia) con el taxista. Y ella misma se corrige: “claro, claro, que me está llamando desde una cabina”. Yo ya entonces ni le contesto. Ni la contesto como dicen en Madrid. Y entonces se me ocurre la idea padre, intentar cambiar el billete para más tarde. Mira, le comento a la amable telefonista, ahora te llamo que voy a intentar cambiarlo. Me dirijo hacia donde pillo, sin rumbo ninguno y pregunto a una de información dónde cambiar el billete, “arriba, al final del pasillo”. Subo, atropello a más gente y cuando llego ni rastro de taquillas; perdona, le digo a otra de información: tal, tal y tal, abajo, me indica. ¿¿¿Cómo??? Bajo, atropello a más gente y a punto estoy de tirarme desde arriba para ir más rápido. Total, ya caería encima de alguna de información que total… llego adonde tengo que llegar y unas colas que ni para ver a Sara Carbonero desnuda. Y resulta, oh golpe de suerte, que la de cambios de Barcelona a las cinco está casi vacía. Espero, hablo con ella y me lo cambia sin problema, cómo mola esto de la tarifa empresa, pienso. Me dirijo hacia la misma cabina pero claro, ya no tengo cambio, entro en una tienda preciosa de postales de sevillanas y ceniceros con toros de Osborne y pido cambio. Llamo y le digo que ya está avisando al apolítico taxista para que se venga paquí. Ok, todo guay del Paraguay. Gracias, señorita, siento no haber sido amable pero es que requería rapidez y usted es más lenta que ZP arreglando la economía. No pasa nada, me dice. Qué maja esta chica, seguro que le ascienden a maquina jefe. Salgo a esperar a la entrada al taxi tal y como hemos quedado mi amiga, la R2D2 y yo. Y en estas que pasa Hilario Pino, el de las noticias. Mazado es poco para describir su figura. Si te toca, te descuartiza. Y os juro por mi madre que ese tío es gay, que me parece perfecto y respetable, pero es que ya me parece el colmo del surrealismo ver a ese tío acompañado de un chico y que sus andares sean más amanerados que los de Boris. Ojo, que luego, tiene una voz varonil que ya la querríamos algunos pero ay amigos, a Hilario le gustan los pinos.

Poco después, llega mi ansiado taxista con mi móvil en el asiento del copiloto. Sólo le faltaba el cinturón. Gracias le digo. “Lo vi, cuando se subió el siguiente pasajero” me dice. En fin, firmo un nuevo recibo y me dirijo hacia la estación con una sonrisa de oreja a oreja. Entro en un restaurante a comer (más o menos son las cinco y media). Ensalada, filete de ternera y postre. Cubiertos de plástico. Me monto al tren. Hogar, dulce hogar, pienso. Me como la ensalada y cuando llego al filete el tenedor se rompe. Que le den, quién dijo educación, cojo el filete con una servilleta y lo mastico cual neardenthal. Lo engullo, me tomo la manzana, me lavo las manos y me pongo a escribir sin parar. Se me acaba la batería y se me acaba la aventura. Si alguien tenía duda de que mis viajes son siempre, sin excepción, una aventura, que se atreva a decir lo contrario. Ahora, al llegar a Barcelona, no sé qué me pasará. Puede que me caiga un tiesto encima o que me cague una paloma. Qui lo sa. Lo mismo me encuentro cincuenta euros y me pido otro taxi que hoy no he tenido suficiente.

Efectivamente, me esperaban más cosas. Me pongo a sacar dinero en el cajero de La Caixa en Sants y en estas que miro detrás y veo a una chica super mona con un perro minúsculo mega chic que parece un felpudo. No me jodas, me digo, si esta es la de El internado, Marta Torné creo que se llama. Y en estas, que mi libidinosa mente, piensa que si consigo tocar al perro, podré decir que le habré tocado el felpudo a una mujer de una serie de éxito, casi casi, de culto. Pero no, saco mis cuarenta euros y enfilo la salida. Y claro, no podía ser de otra forma: auténticos chuzos de punta poblan el cielo de la Ciudad Condal. Busco un taxi y para cuando quiero encontrarlo ya estoy como el que sale de la ducha. Esta vez, el taxista no hace comentario jugoso alguno, tan sólo comenta que lleva lloviendo así desde el jueves por la noche. En fin, media hora después estoy en una casa de una amiga donde descansar después de un día realmente inolvidable.

5 comentarios:

  1. Primero pensé que serías objeto de una cámara oculta en el taxi, luego que tus maletas y maletines desaparecerían durante las llamadas telefónicas y, por último, que por error te comiste el tenedor en vez de la chuleta.
    Digna anécdota!! ;)

    ¡Suerte en Barcelona!

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  2. Ni que lo digas, más que digna. Es que si no tengo un viaje movido se me hace super largo, así que algo tengo que hacer siempre. Gracias por la suerte

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  3. Joder, Miguel, tengo que decirte que es la mejor entrada del blog hasta la fecha. Por momentos me has recordado al gran Eduardo Mendoza. A ver si lo del taller de escritura te va a estar haciendo algo y todo... Me he descojonado, en serio.

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  4. Jajajajajajaja, querido Miguel, me ha recordado a los tiempos del bus, Comarruga, etc, etc, etc... el pasado te persigue!!!

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  5. El pasado me persigue y no me deja tranquilo, pero la verdad es que todavía me estoy riendo del día entero. Y por cierto, resulta, que efectivamente lo de Hilario no es ningún descubrimiento, por lo visto ya es vox pópuli.

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