viernes, 2 de marzo de 2012

El día de la marmota

Es curioso que haya mil y un remedios para las jaquecas, las contracturas, el dolor de espalda, las indigestiones y paras las otras mil y una enfermedades que existen y que sin embargo no se me ocurra ningún remedio legal y/o saludable con el que atenuar las mañanas en las que te levantas sin ganas, hastiado de hacer lo mismo día tras otro. Y cuando digo hacer lo mismo no me refiero a la rutina de un trabajo sino a la rutina de no tenerlo. La rutina de buscarlo, de ver ofertas, de presentar tu candidatura, de decirles que te encantaría trabajar en su empresa cuando desde el principio ves que de lo pone en su web a la realidad hay un trecho. La rutina de quedar en que te llamarán y el teléfono nunca suena. La rutina de que si suena es para decirte que hay alguien mejor que tú. La rutina de dudar si es porque no vales nada o porque hay 400 candidatos de los cuales uno era mejor que tú, más guapo o hablaba mejor inglés o búlgaro. O era hijo de, que eso también funciona en este país donde la meritocracia o no existe o parece un crimen. La rutina de gobiernos empeñados en sacrificar a unos colectivos en pro de otros, menos expuestos y con más posibilidades. La rutina de una sociedad que culpa siempre a los mismos como si los anteriores no hubieran hecho nada; esa sensación de información selectiva que hace que se escoja lo que no refute aquello que para la mayoría es lo bueno. La rutina de la discusión de barra de bar, carente de toda base argumental o teórica. La odiosa rutina, en fin, y la dolorosa sensación de que todos los tiempos pasados fueron mejores, más dolorosa si cabe cuando las oportunidades que tenemos en la actualidad no tienen parangón con cualquier otra época de esta humanidad empeñada, a veces, en perderse a sí misma.

2 comentarios:

  1. Vuelves a la acción, así me gusta, Miguelín.
    Tienes toda la razón del mundo, pero mucho ánimo,q ue aunque sea una época que no durará poco, no será para siempre. La meritocracia no existe en este país, pero tú vales mucho, y alguno sí que se dará cuenta, y entonces ya, no te dejará marchar. No pierdas la fe en ti mismo jamás; yo nunca la he perdido!!

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    1. Si el problema no es cuánto valgo yo. El problema de esta generación es que hay un montón de gente que vale mucho y que está siendo desaprovechada.

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