lunes, 21 de junio de 2010

Y otro que se fue

Lo descubrí a principios del 2006 cuando no contaba, siquiera, con 20 años. Fue en un viaje a Roma y me lo había regalado mi hermano pues llevaba tiempo diciendo que me quería leer algo suyo. Comencé, al contrario de lo habitual, con Ensayo sobre la lucidez, en ocasiones no suficientemente conocido en favor del cuasi homónimo Ensayo sobre la ceguera, más célebre y más valorado. El primero es una obra maestra que plantea algo tan aparentemente sencillo como qué ocurriría si un día de elecciones todos dejásemos de votar y en lugar de nuestro derecho al voto escogiésemos nuestro derecho a la abstención, aspecto no baladí para los sistemas políticos actuales que sustentan su pervivencia en la aceptación del sistema por parte de quienes lo votan y dan su consentimiento implícito para ser gobernados por cuatro, cinco o los años que marque cada gobierno. Pues bien, algo tan aparentemente sencillo lo hace desde un prisma original y con una lucidez envidiable. Muestra cómo entraría en acción la maquinaria gubernamental, más preocupada por encontrar quiénes son los supuestos culpables de tamaño motín, en el caso de que los hubiere, que por encontrar las verdaderas razones de la gente para no ir a ejercer su derecho al voto. Conforma así una sutil alegoría en la que ilustra cuán poco democrática es nuestra democracia cuando el gobierno que la detenta se ve amenazado.
Ensayo sobre la ceguera, como todo el mundo sabrá, presenta un mundo en el que una terrible epidemia deja ciego uno a uno a todos los habitantes de la Tierra. A partir de aquí los instintos más bajos del ser humano salen a la luz para dar lugar a una sucesión de violaciones, saqueos, abusos de poder por quienes poseen las armas y un largo etcétera que confirma las teorías hobbesianas del mundo.
Estos dos libros son catalogados de pesimistas y en efecto así son. Sin embargo, lo que hace diferente a Saramago no es el pesimismo con el que muestra al ser humano como ente, algo largamente analizado en la literatura por escritores igualmente geniales como Golding y su Señor de las moscas u Orwell y su 1984, sino el halo de esperanza que subyace en ellos así como la lucidez, la naturalidad y la falta de, llamémoslo, morbo, con que muestra estados del hombre primitivos y con los que no pretende moralizar sino tan solo señalar que están ahí.
Saramago era tan grande como escritor que presentaba una versatilidad tal que le llevaba a escribir parábolas como lasde Viaje de un elefante en el que se muestran los fútiles fatuos de una monarquía absolutista obsesionada por regalar un elefante al archiduque Maximiliano y todas las aventuras acaecidas en este trayecto. No deja de haber señas identitarias del Saramago escritor como la crítica al poder y a la presunción de las grandes esferas; empero, en este libro lo hace desde un prisma mucho más divertido y con frases larguísimas sin apenas signos de puntuación en las que empieza hablando de la alimentación del animal y acaba hablando de algo completamente distinto.

Su escritura presenta ciertos rasgos comunes en todos sus libros como pueden ser las frases largas, el vocabulario refinado y culto sin llegar a la ampulosidad y esa presentación de los hechos que permite al lector participar del libro e imaginar cómo actuaría en tal caso o si se podría dar realmente un suceso como el de encontrarte a alguien exacto a ti (El hombre duplicado).

Saramago como persona y escritor era alguien que no dejaba indiferente pero al margen de que comulgaras o no con sus ideas y de que te resultara más o menos difícil leerle o entender sus libros a lo largo de sus densas páginas, es innegable que fue uno de los mejores escritores que dio la literatura europea en el siglo XX y uno de los pocos escritores portugueses que se han podido codear con sus compatriotas Queiros, Camoes o Pessoa, grandes estandartes de la literatura portuguesa.

Cualquier atisbo de rebajar su legado por algo que no se refiera a su forma de escribir será ir en contra de la literatura y consecuentemente contra la cultura en conjunto.

2 comentarios:

  1. Me alegro de haber sido yo quien te introdujera en la maravillosa prosa de Saramago. Suscribo totalmente tu último párrafo. A un buen escritor hay que juzgarle por su obra, no por sus ideas. Mejor aún, a un buen escritor no hay que juzgarle, sólo disfrutar de sus libros.

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